viernes, 8 de febrero de 2019

Segunda versión

Me arde la garganta. Me quema hasta volverme loca de necesidad de acallar mi tormento. Intento respirar, pero el aire no llena mis malditos pulmones. Me agarro el cuello en busca de alivio, desesperada por no entender qué me ocurre. Me obligo a abrir los ojos y le veo, de pie junto a mi cama. Distingo su silueta a pesar de estar sumida en las tinieblas. Me observa fijamente a través de unos ojos demasiado rojos para ser humanos. Cuando nuestras miradas se cruzan, sonríe, como si llevara cien décadas esperando que despertara. Entonces abre la boca, dispuesto a hablar, y por un fugaz momento creo ver unos largos colmillos afilados.
-¿Tienes sed? 
Sed. Eso es. Tengo sed. Y con sólo pensar en beber, me estremece un enorme placer. Necesito calmar las ansias de sentir líquido bajando por mi garganta. Al instante, escucho el latir de un corazón lejano, siento cómo la sangre corre entre sus venas, y sin pensar, ya sé lo que quiero. Quiero sangre. Me levanto, dispuesta a conseguir lo que anhelo. Pero antes, debo averiguar quién es ese hombre. 
-¿Quién eres? - consigo preguntar.
Se acerca a mí lentamente, como si saboreara cada segundo que corre, como si gozara de cada instante que pasa junto a mí. Cuando llega a mi lado, me coge la mano con cuidado, como si tuviera miedo de romperme. Está muy frío. Acerca mi mano a su boca y la besa, y un escalofrío recorre cada rincón de mi ser. Y comprendo que también lo quiero a él. Levanta su rostro hacia mi cara, y cuando consigo ver sus ojos de cerca, me doy cuenta que él también me quiere a mí, y que lleva buscándome más de diez vidas. 
- Habrá tiempo para hablar, más del que puedas imaginar ahora. Pero de momento, vamos a cazar. 

Pesadillas

El viento acomete fuertemente contra mi ventana.  Un hilo de aire se cuela entre las rendijas, formando un silbido que me hiela las entrañas. Mi habitación se encuentra sumida en una absoluta oscuridad, y mis ojos intentan acostumbrarse a la poca luz que llega desde la calle. Una rama golpea  el vidrio sin cesar con el vaivén de la tempestad. Un rayo cae no muy lejos de aquí, arrastrando tras él un sonoro trueno que me hace temblar. Hace frío, un frío que cala en los huesos, que se mete poco a poco entre los pliegues de las sábanas y me hiela. Empiezo a sentir miedo. Alargo el brazo para encender, en vano, una lámpara que ha decidido no dar más luz. Decido levantarme y dirigirme hacia la puerta, no quiero seguir ni un minuto más encerrada en este cuarto. Tiro del pomo, pero ésta no se mueve. Un leve resplandor, por segundos, ilumina cada rincón, excepto una sombra, que permanece inerte en el lado opuesto de la habitación. Y por un momento me parece divisar unos terribles ojos inyectados en sangre, llenos de pequeñas venas reventadas, abiertos de par en par, ansiosos por conseguir algo… O alguien. Y llega la penumbra de nuevo. Me giro hacia la puerta, y empiezo a empujar con todas mis ganas, lo más fuerte que puedo, intentando escapar de lo que sea que esté acechándome. Otro rayo, esta vez más cercano, vuelve a alumbrar toda la sala, y hago acopio de todas mis fuerzas para mirar hacia atrás de nuevo, sólo para darme cuenta que la sombra ya no está ahí. Respiro tranquila, culpando mi imaginación, y vuelvo a mi cama. Me tumbo alterada, pero como si me hubiera quitado un gran peso de encima. Cierro los ojos e intento dormir, pero el recuerdo de esos terribles ojos me atormenta lo suficiente como para mantenerme en vela. De repente, como si hubiera estado esperando el momento oportuno, un último rayo cae, y lo único que consigo atisbar son esos ojos cadavéricos observándome desde el otro lado de la cama, junto a una gran sonrisa de lado a lado, con dientes puntiagudos y olor a putrefacción. Me empieza a rodear con sus brazos, incapaz de moverme, y acerca su boca a mi cara, la abre más de lo que sería capaz de hacer cualquier humano, y observo por última vez el rostro del monstruo que está a punto de matarme. Cierro los ojos, sabiendo que será la última vez que lo haga. Y despierto.

Lo reconozco, me tienes intrigada


En lo más profundo de mi pecho he hallado un ferviente deseo que no controlo, que me domina y cala bien hondo desde hace tiempo. Es como si otra persona se apoderara por momentos de mí, y me provocara una necesidad horrible que no soy capaz de saciar. Mi mente se llena de fantasías inalcanzables, de cuentos escuetos que sé que no son posibles. Me embriaga y me oprime, y cada día que pasa toma más forma. El deseo de poseer a quien aún no he probado, de morder, besar, tocar la perfección. Unas curvas que me roben el aliento. Un cuerpo desconocido que quiero explorar. Un monte alzado en la gloria, un puente arqueado por el placer, desaparecer entre sus piernas, existir en cada arremetida, vivirlas. Que la noche se haga día y noche de nuevo, hartarme y olvidarme de una vez del apetito voraz que siento por poseerlas. Ansío sus orgasmos, anhelo sus suspiros. Curiosa desdicha en tiempos de guerra.

¿Desde cuándo me siento así? 

sábado, 10 de septiembre de 2016

Juega



No tengas miedo de estar fuera de lo corriente, de no ser ordinario.
He llegado a la conclusión de que todos tenemos un don, a partir del cual, podemos destacar una cualidad, una habilidad única para cada uno de nosotros.
Las personas tienden a no confiar en ellas mismas, nacen con miedo al fracaso, pero no es este miedo el que destruye oportunidades, sino el de lo desconocido.
Nos esforzamos por hacer ver que somos buenos en algo que no hemos elegido nosotros. Queremos demostrar que somos, simplemente, una pieza más en un rompecabezas global. Lo que no sabemos es que cada uno de nosotros tenemos un puzzle propio, en el cual lo mediocre, lo común, son sólo dos piezas de las miles que lo forman.
¿Y el resto?
Dedicamos nuestras vidas a pulir la única pieza que nos han dado al empezar el juego, para intentar que entre de alguna forma en ese rompecabezas imposible que creemos que nos ayudará a vivir bien. Pero, a su vez, estamos rechazando abundantes piezas más pequeñas, todas diferentes entre sí, que te definen, que marcan lo que de verdad eres, y no lo que el resto espera de ti. 
Yo las rechazaba. 
He apartado todo lo que me hacía única por miedo a no ser aceptada en el juego. Por miedo a que el resto de jugadores me dejara a un lado, y rechazara las piezas que sólo yo puedo aportar. Pero, ¿de qué sirve jugar al mismo rompecabezas siempre, pudiendo tener al alcance hasta las piezas más imposibles? 
Debemos empezar a darnos cuenta de lo que somos capaces de lograr, y olvidarnos por completo de la pieza que todos esperan que tengas. Crea las tuyas propias. Comienza a pulir mil formas distintas, cada cual más distinta, y encajarán. Al fin y al cabo, sólo es un juego.


lunes, 8 de febrero de 2016

Y pasa el tiempo. ~

Y es que a veces no puedo evitar esperar algo de alguien. 
Vivo engañándome a mí misma, diciéndome que no necesito más de lo que tengo y de lo que me viene, de lo que me ofrecen las pocas personas que han decidido quedarse a mi lado.
Pero al final siempre acabo ilusionándome, con falsas esperanzas de hechos que nunca ocurrirán.
Un buenos días.
Un te echo de menos.
Un quiero verte.
Un necesito un beso.
Un vamos a quedar.
O un simple hola cuando menos me lo imagine.
Pero no ocurre nada de eso. Me paso el tiempo deseando, por alguna extraña razón, que piense alguien en mí. 
Que me dediquen una canción.
Que me escriban un poema.
Que me abracen.
O que me ofrezcan una estúpida tarde de manta y 'peli'.
Al final, la única que ofrece sus buenos días, que echa de menos, que desea ver de nuevo, que necesita unos labios, que quiere salir, soy yo.
Y aprendo a cantar. Y aprendo a escribir. Y me acostumbro a la soledad. Y a ver películas sin manta. Porque sólo yo conozco mi canción preferida, aquélla con la que me pueden derretir. Porque sólo yo escribo exactamente lo que quiero leer. Porque sólo yo me acompaño, soy la única que está ahí. Y porque, qué coño, yo con una bata me conformo.
Porque, por más que espero, no obtengo nada.

Y es que, de tanto esperar, me desespero.


domingo, 3 de enero de 2016

Hazme creer que es amor




Acaríciame el pelo mientras me besas.
Muérdeme la boca mientras mis manos buscan las tuyas. 
Coge mi mano, tan sólo un segundo, y entrelaza nuestros dedos.
Sedúceme con promesas prohibidas.
Finge hacerme el amor, aunque estemos ebrios y sólo busques un fugaz placer.
Hazme sentir deseada, admirada, necesaria.
Dime que me quieres, miénteme.
Pídeme que te enloquezca, que te enamore con la mirada.
Y bésame.
Y vuelve a besarme, con más ansias, con más descontrol, con más pasión.
Agárrame del pelo, y conoce cada rincón de mi cuerpo.
Poséeme.
Fóllame. 
Pero hazme creer que es amor.
Porque mañana despertaré con el fantasma de tus besos.
Porque mañana mis manos volverán a estar frías.
Porque mañana las promesas serán sueños sin cumplir.
Porque mañana despertaré sobria, e intentaré acordarme de todo.
Porque mañana nadie me deseará, nadie me admirará, nadie me necesitará.
Porque mañana no tendré a nadie que me quiera. Y sabré que tú tampoco lo hiciste.
Porque mañana mis ojos amanecerán vacíos, sin ese frenesí que los caracteriza en este momento.
Porque mañana no habrá nadie que me bese. No habrá pasión, sólo habrá dolor.
Porque mañana sabré que no hubo amor, tan sólo una despreciable lujuria que me quebró. 
Por eso, hoy, ahora, hazme creer que es amor.

miércoles, 14 de enero de 2015

[Cortos 1] ~

"-¿Puedo darte un consejo?
-Claro.
-Bueno..., no es un consejo, sino una realidad.
-Adelante.
-Piensa que aún no ha nacido el hombre lo suficientemente importante como para que te arrastres por él. Cuando nazca... Él lo hará por ti."