Me arde la garganta. Me quema hasta volverme loca de necesidad de acallar mi tormento. Intento respirar, pero el aire no llena mis malditos pulmones. Me agarro el cuello en busca de alivio, desesperada por no entender qué me ocurre. Me obligo a abrir los ojos y le veo, de pie junto a mi cama. Distingo su silueta a pesar de estar sumida en las tinieblas. Me observa fijamente a través de unos ojos demasiado rojos para ser humanos. Cuando nuestras miradas se cruzan, sonríe, como si llevara cien décadas esperando que despertara. Entonces abre la boca, dispuesto a hablar, y por un fugaz momento creo ver unos largos colmillos afilados.
-¿Tienes sed?
Sed. Eso es. Tengo sed. Y con sólo pensar en beber, me estremece un enorme placer. Necesito calmar las ansias de sentir líquido bajando por mi garganta. Al instante, escucho el latir de un corazón lejano, siento cómo la sangre corre entre sus venas, y sin pensar, ya sé lo que quiero. Quiero sangre. Me levanto, dispuesta a conseguir lo que anhelo. Pero antes, debo averiguar quién es ese hombre.
-¿Quién eres? - consigo preguntar.
Se acerca a mí lentamente, como si saboreara cada segundo que corre, como si gozara de cada instante que pasa junto a mí. Cuando llega a mi lado, me coge la mano con cuidado, como si tuviera miedo de romperme. Está muy frío. Acerca mi mano a su boca y la besa, y un escalofrío recorre cada rincón de mi ser. Y comprendo que también lo quiero a él. Levanta su rostro hacia mi cara, y cuando consigo ver sus ojos de cerca, me doy cuenta que él también me quiere a mí, y que lleva buscándome más de diez vidas.
- Habrá tiempo para hablar, más del que puedas imaginar ahora. Pero de momento, vamos a cazar.